23 octubre 2007

Los jóvenes, más vulnerables en el mercado laboral.

Fuente: Arizmendi SA

El inicio de algo nuevo en la vida de las personas suele identificarse con la vivencia de una esperanza, con el entusiasmo por hacer bien lo que a uno le toque, y con las expectativas de que todo marche por los carriles adecuados. Es como cuando uno es chico, va a la escuela e inaugura cuaderno, prestando especial atención a la prolijidad desde los primeros renglones.
En el inicio de la relación de quienes dejan atrás la adolescencia con el mundo laboral parecen estar muchas veces ausentes esos rasgos de un buen comienzo. Los jóvenes son quienes más sufren dificultades para su inserción en un trabajo y cuando logran ese objetivo, están más expuestos que los adultos a ocupar espacios que no ofrecen estabilidad ni cuentan con la protección que, en materia de seguridad social, debe tener un trabajador.

Los últimos datos oficiales, correspondientes al segundo trimestre de este año, no hacen más que confirmar esa realidad de vieja data. El desempleo afecta al 8,5% de la población activa. Pero entre las mujeres de entre 14 y 29 años, la tasa trepa al 18,9% y, entre los varones de esa edad, al 13,5 por ciento. Si se considera a la población adulta (de 30 a 64 años), los índices son del 7,1 y del 3,5%, según se trate de ellas o de ellos. En otras palabras: el nivel de desocupación entre jóvenes es casi tres veces el de los adultos en el caso de la población femenina, y de casi cuatro veces si se trata de los varones.

No es algo exclusivo de la realidad social de nuestro país. Un reciente informe de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) señala que la tasa de desempleo juvenil en toda América latina triplica, en promedio, la del segmento de población mayor.

Una de las causas de la problemática parece enraizada en situaciones de pobreza, que determinan una salida temprana de los jóvenes del sistema educativo para intentar procurarse una fuente de ingresos. El citado informe pone también la lupa sobre la generalizada mayor tasa de desempleo entre las jóvenes mujeres, recordando la frecuencia con que sufren discriminación por el concepto de que si se casan y tienen hijos serán menos productivas, o dejarán de trabajar.
En la Argentina, la incidencia del trabajo sin protección social está cerca de ser el doble entre los jóvenes que entre los mayores de 25 años. Tal vez por esa realidad, aunque seguramente también influye una nueva manera de entender la vida laboral, existe entre los jóvenes una mayor tasa de rotación entre ocupaciones. Eso podría explicar en cierta medida el origen de que se registre una mayor desocupación: tal vez para algunos el problema no sea tanto conseguir el primer trabajo como mantenerse en un puesto sin sufrir intermitencias.

El reto social frente a la realidad escondida en las cifras implica la necesidad de una fuerte acción en materia de educación y capacitación para el empleo dependiente o autogenerado, más allá de tender a que el crecimiento de la economía tenga su efecto en una reducción del número de hogares pobres.

Y las políticas específicas para el segmento joven tampoco pueden dejar de lado que, en mayor o menor medida, la falta de trabajo afecta a muchos. Por lo tanto, lo que no debería ocurrir es que se promueva la inserción laboral de unos de manera tal que, en la práctica, eso no implique más que sustituir a otros en puestos existentes.

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